EL PREMIO FLAMENCO DE EXTREMADURA
SEA OTORGADO AL BAILAOR JESUS ORTEGA
En su primera edición el concurso ha tenido como
protagonistas a los artistas extremeños y a las entidades flamencas de Extremadura,
a los cuales desde http://www.flamencosdeextremadura.com/ queremos agradecerles su
implicación en el concurso con su voto, ya que para un artista o una entidad
flamenca, conseguir el reconocimiento de sus semejantes es una meta principal
que durante toda la vida se persigue y la mayoría de las veces no se alcanza.
Por este motivo el premio aparte de estar ideado con el fin
de potenciar, promover y divulgar el Flamenco Extremeño, ha pretendido fomentar
la participación y el compromiso de los artistas extremeños y las entidades
flamencas de Extremadura con el fin de legitimar, refrendar y dar valor a un
premio por el hecho que simboliza y encarnar en quien lo obtenga un
reconocimiento flamenco-social a sus meritos, sus valores, sus
capacidades y sus logros.
En la I edición del premio Flamenco de Extremadura,
impulsada y organizada por http://www.flamencosdeextremadura.com/ en colaboración con
los artistas flamencos de Extremadura y las entidades flamencas de Extremadura,
se ha fallado mediante el escrutinio de los votos que:
-Por ser embajador del flamenco extremeño en 2013 en paises
como Francia, Rusia, Japón o México.
-Por su magisterio como profesor de baile en un estudio de
flamenco y danza propio, puesto en marcha en 2013.
-Por empatizar y ayudar a un compañero flamenco, demostrando
un valor y una calidad mas humana que artistica, al ser el motor organizativo
del Festival Flamenco Homenaje a la Killa en 2013.
JESUS ORTEGA
Con 14 años, Jesús Ortega se quedó mirando fijamente a un
cartel en que se anunciaba que la bailaora Cristina Hoyos y su compañía
visitarían el teatro López de Ayala de Badajoz. Cuando fue a ver el
espectáculo, no pudo contener la emoción. «Me pasé todo el tiempo llorando y
pensando que yo quería estar allí arriba con ella en el escenario».
Caprichos del destino, 10 años después Jesús ya compartía
cartel con Cristina, de quien sólo tiene buenas palabras. «Somos 14 bailaores y
Cristina se comporta como nuestra madre», sostiene. «Si te ve un día triste,
siempre está pendiente de ti, se preocupa por su gente».
Gracias a formar parte de su compañía, Jesús ha podido
viajar por muchos países y de conocer a directores de cine, coreógrafos y
diseñadores en la élite del mundo del flamenco.
El último proyecto curioso fue colaborar en 'Lola', el
largometraje estrenado recientemente sobre la vida de 'La faraona'. Cristina
Hoyos fue la responsable de la coreografía, y la primera escena de la película,
en la que aparece un primer plano de varios pies taconeando, está
protagonizada, entre otros, por Jesús. «Yo era el de los zapatos claritos, de
color 'beige'», aclara.
Tenía apenas 8 años cuando comenzó a perseguir su sueño, ser
bailaor. Fue cosa del destino, que quiso que una tarde de mediados de los años
80, mientras andaba por las calles del barrio de Pardaleras, en Badajoz, Jesús
quedara hipnotizado por la música de las sevillanas que estaban bailándose en
el interior de una asociación de vecinos. «Era un curso de iniciación al
flamenco», recuerda hoy, dos décadas después. «Aquello me llamó la atención,
así que entré y me apunté». Al mes de inscribirse, Jesús necesitaba 100 pesetas
para pagar las clases, y se las pidió a su madre. «No me dijo nada y me las
dio, así que seguí bailando allí otros cuatro meses».
Ese niño apasionado por el baile que siempre prefirió el
tablao al campo de fútbol sufrió, luchó, lloró y gritó. Fue constante, nunca
abandonó su meta y ahora, con 28 años, ha conseguido con el sudor de su frente
y el taconeo de sus pies llegar a la élite de su profesión y recorrer los
teatros de todo el mundo con la compañía de la mujer que siempre idolatró,
Cristina Hoyos. Son el inicio y el final, pero Jesús Ortega, un extremeño que a
pesar de estar de viaje 200 días al año nunca olvida sus raíces, nos cuenta
cuál ha sido el camino a lo largo de esos 20 años.
Aquella primera incursión al baile en la asociación de
vecinos fue el comienzo de una afición infantil que se convirtió en pasión.
«Por aquella época tenía comentarios de todo tipo», afirma. «Lo típico era que
te llamaran 'mariquita' por bailar, pero a mí me daba igual porque aquello era
mi vida». Al poco tiempo de empezar a mostrar interés por el flamenco, sus
padres se informaron y apuntaron a Jesús a la academia de Alfonso 'El Maleno'.
Era el único niño, pero nunca le importó. Unos años después -«con 14 o 15
años»- comenzó a actuar en Extremadura y en Portugal. «Los fines de semana,
mientras los chicos de mi edad hacían botellón y salían por ahí, yo me recorría
400 kilómetros en coche para bailar». No aprendió excesivamente a mejorar la
técnica porque la referencia era Sevilla, pero la experiencia que adquirió
sobre los escenarios a tan temprana edad sirvieron, sin duda, para poner los
cimientos de lo que vendría después.
Su primera actuación la recuerda con cariño. Fue en plenas
fiestas de su ciudad, en la feria de Badajoz. Su hermano le había comprado en
Sevilla un traje nuevo, pero cuando Jesús llegó al escenario, todo el público
se había ido ya: se había confundido de hora, y aquel niño que apenas había
pegado ojo la noche anterior pensando en el día siguiente no pudo debutar por
la puerta grande. «Me dio igual», dice. «Me subí y me puse a bailar solo». Lo
que le gustaba era el flamenco, y con eso le valía para ser feliz.
Recién cumplidos los 18, y tras 10 años aprendiendo en
Extremadura todo lo que en su tierra se podía aprender, Jesús comenzó a visitar
Sevilla para que el bailaor José Galván le diera los sábados clases
particulares. «Me decían que bailara por 'seguidillas' o por 'tarantos', y yo
no sabía ni lo que era», recuerda el artista, que tuvo que trabajar el doble para
actualizar conocimientos y ponerse al mismo nivel que sus compañeros. «Cuando
llegué a Sevilla me di cuenta de que no sabía nada». Por eso, la capital
andaluza fue una etapa necesaria en la progresión de Jesús hacia su sueño.
Compaginaba las clases de fin de semana en Sevilla con la
carrera de Magisterio que comenzó a estudiar en el campus de Badajoz y con el
trabajo con la conocida familia Vargas, que confiaron en él y le ayudaron
mucho. «Dejé de ser uno más en la academia y empecé a bailar solo».
A los pocos meses de ir para Sevilla, Jesús cambió de
profesor para recibir clases de Manolo Marín, un maestro de mucho prestigio y
coreógrafo de Cristina Hoyos. El viaje hacia su objetivo estaba siendo duro y
muy caro. Sin ninguna ayuda institucional pero con lo que podía ir ahorrando y
con el apoyo incondicional de sus padres, que siempre creyeron en él, pudo
seguir adelante.
Un buen día de diciembre del año 2001, estando en la
Facultad, Jesús recibió la llamada telefónica más importante de su vida. «Me
dijeron que llamaban del ballet de Cristina Hoyos, y al principio creí que era
una broma».
La compañía de Cristina, de talla internacional, necesitaba
chicos para un nuevo montaje que se estaba preparando, y le citaron para una
prueba de selección que iba a ser en Sevilla dos meses después. Le habían dicho
que después del ensayo, si Cristina no decía nada, podría volver al día
siguiente porque el silencio era sinónimo de que estaba admitido.
A partir de ese momento, su sueño se hizo realidad, y su
pasión se convirtió en su modo de vida. No ha parado de trabajar, y su rutina
se reduce a avión-hotel-teatro-hotel-avión cuando está fuera, y ensayos diarios
cuando está en casa. Ahora está de gira con 'Romancero gitano', un espectáculo
inspirado en ocho poemas de Lorca. Para ponerlo en marcha, Cristina Hoyos ha
montado un equipo de casi 30 personas entre bailaores, músicos y técnicos. Una
medida del tamaño de la compañía.
En 2002 empezó a trabajar para Cristina Hoyos, lo que le
abrió muchísimas puertas y le proporcionó innumerables actuaciones. Ha viajado
y viaja por todo el mundo, y cuando se le pregunta, prefiere acordarse de los
países que aún no ha visitado. «Nos queda China, pero iremos para allí en tres
semanas», dice. Por costumbre, guarda los programas de todos los teatros donde
ha actuado, «para acordarme del día y el lugar», y aunque es su gran pasión y
no lo cambiaría por nada, lamenta las desatenciones que su profesión provoca en
los seres queridos. «He tenido que renunciar a mis padres, a mis sobrinos... te
tiras seis meses sin pasar por casa y cuando llegas el niño ya tiene seis meses
y sabe decir 'tito'».
Cuando no está en algún hotel de alguna ciudad de algún país
del mundo, su casa está en Sevilla, donde vive con su pareja. «La confianza y
el respeto es la base, y por suerte tengo al lado a una persona que me
comprende».
Es un trabajador silencioso, un triunfador sin grandes
titulares, un artista que tuvo que buscar fuera de Extremadura lo que
Extremadura no le dio, y, sobre todo, un amante de su vocación. «Si no hubiera
sido bailaor», afirma, «habría sido bailaor». Y es que Jesús Ortega necesita el
arte para ser feliz, al igual que aquel niño de 8 años que guiado por el
embrujo de la música entró en aquella asociación de vecinos del barrio de
Pardaleras, en Badajoz, para apuntarse a clases de flamenco.
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