Juan Peña El Lebrijano tiene
el privilegio de ser el primer artista flamenco en ofrecer
un recital en el Teatro Real de Madrid.
Hoy el flamenco está de luto ha muerto en su domicilio de
Sevilla, a la edad de 75 años. Gozaba de un espacio grande, indiscutible y bien
ganado en la historia del flamenco. Ha dejado aportaciones que han resultado
fundamentales en el desarrollo de un arte que había heredado de manera natural
como integrante de una excelsa familia gitana.
Aquejado desde hace meses de un mal no diagnosticado , nada
hacía sin embargo presagiar su muerte la madrugada de hoy. En la tarde de ayer
había recibido en su casa la visita de su hermano Pedro, con el que, como no
podía ser de otra forma, compartió unos cantes, quizás como parte esencial de
esa forma de vivir antes mencionada. Su cuerpo será hoy trasladado al Teatro
Juan Bernabé de Lebrija, donde recibirá el homenaje de su pueblo envuelto en la
bandera gitana y la de Lebrija. A las seis de la tarde, el pleno del
Ayuntamiento decretará tres días de luto. Su sepelio tendrá lugar mañana.
El artista ha fallecido esta madrugada en su domicilio de
Sevilla a los 75 años.
La capilla ardiente se ha instalado en el Teatro Juan
Bernabé de Lebrija
Juan Peña Fernández ha sido, es y será, un baluarte para la
cultura flamenca. Como me a comentado un amigo mío flamenco de raíz también,
Juan estaba por delante de su tiempo.
Había nació en Lebrija en 1941 dentro de una dinastía
heredera de la mejor tradición gitana. Hijo de Bernardo, que fue tratante de
ganado y empresario, y de María, La Perrata, también cantaora, de la
familia de los Perrate de Utrera, Juan fue la figura que más destacó
profesionalmente dentro de una saga de artistas en el que destaca su hermano
Pedro, guitarrista y cantaor, y sus sobrinos, David Dorantes, pianista, y Pedro
María, guitarrista.
Juan absorbe la cultura del cante y del toque en un entorno
familiar donde estas artes eran parte de una forma de vida, un modo festivo de
vivir en el que la fidelidad, el respeto y al amor por las formas heredadas se
inculcaban de manera natural, como bien dejó descrito su hermano Pedro en su
libro Los gitanos flamencos (Almuzara, 2013).
Pero Juan trasciende ese contexto preñado de artistas y
recibe también la herencia cantaora de figuras como La Niña de los Peines y
Antonio Mairena para empezar a destacar desde finales de los años sesenta. Era
un tiempo de revalorización del arte flamenco y también de los festivales
veraniegos, en los que Lebrijano se convertirá en figura principal.
Heredero de una tradición, pero también renovador, Juan
respondía al perfil del artista precozmente dominador del canon que necesita
buscarse en nuevas formas y formatos. Por eso, su carrera discográfica, después
de unos discos en los que se atiene a la ortodoxia, se llenará de obras que
marcan hitos en la historia del flamenco.
Es el caso de La palabra de Dios a un
gitano (1972), grabado con el acompañamiento de orquesta sinfónica y de
creaciones tan personales y de carácter conceptual
como Persecución (1972), con textos del poeta Félix Grande y el
maltrato al pueblo gitano como protagonista. Aquí, Juan incluso se atreve con
un nuevo estilo, el de las galeras de ‘Mi condena’. Veinte años más tarde, otra
obra fundamental, Tierra, dedicada al V Centenario del descubrimiento de
América, con versos esta vez de José Manuel Caballero Bonald. Una suerte de
trilogía de escritores se cerraría en 2008, momento en el que publica Cuando
Lebrijano canta se moja el agua, sobre textos del escritor colombiano Gabriel
García Márquez, que en una ocasión le había dedicado la frase que titula el
disco. Una obra arriesgada, fiel a su condición artística, que le produjeron
sus dos sobrinos, David Dorantes y Pedro María Peña.
Dentro de una obra discográfica que reúne una treintena de
grabaciones, Juan lo mismo tuvo tiempo de presentar a su madre La Perrata en un
hermoso disco (1971).
La inquietud de Juan Peña le llevaría a buscar nuevas zonas
de riesgo y búsqueda, y fue a encontrarlas en su asociación con la música
andalusí, que inauguró con la obra Encuentros (1985), registrado con
la Orquesta Andalusí de Tánger y el guitarrista Paco Cepero. Fue una reunión
que reeditaría en varias ocasiones más. Entre
ellas, Casablanca (1998) y Entre dos orillas (2014), grabado en
directo en el Teatro Central de Sevilla y prueba de que su inquietud artística
se mantuvo siempre viva. De la misma forma, preparaba una antología con sus
directos, una obra sobre el Holocausto…
El espacio artístico que Juan Peña se ganó con su carrera
fue siempre parejo al respeto y al cariño personal del que gozaba. Más allá de
los premios y distinciones (Medalla de Oro al Trabajo en 1997), el
reconocimiento que le brindó la última Bienal de Flamenco de 2014 dedicándole
la gala de clausura puede que supusiera el mejor de los regalos. En esa noche
Juan recibió el cariño de la profesión y de los aficionados y cantó como figura
principal de un espectáculo en el que se desarrolló una condensada historia de
su carrera, una trayectoria artística tan brillante como fundamental para
entender el flamenco del último cuarto del siglo XX y de parte de este.
Amigos, compañeros de profesión y diversas personalidades
políticas han mostrado su pesar por su muerte y han expresado sus condolencias
a la familia.