miércoles, 13 de julio de 2016

ADIOS A JUAN PEÑA "EL LEBRIJANO" UN CANTAOR POR DELANTE DE SU TIEMPO

Juan Peña El Lebrijano tiene el privilegio de ser el primer artista flamenco en ofrecer un recital en el Teatro Real de Madrid.
Hoy el flamenco está de luto ha muerto en su domicilio de Sevilla, a la edad de 75 años. Gozaba de un espacio grande, indiscutible y bien ganado en la historia del flamenco. Ha dejado aportaciones que han resultado fundamentales en el desarrollo de un arte que había heredado de manera natural como integrante de una excelsa familia gitana.

Aquejado desde hace meses de un mal no diagnosticado , nada hacía sin embargo presagiar su muerte la madrugada de hoy. En la tarde de ayer había recibido en su casa la visita de su hermano Pedro, con el que, como no podía ser de otra forma, compartió unos cantes, quizás como parte esencial de esa forma de vivir antes mencionada. Su cuerpo será hoy trasladado al Teatro Juan Bernabé de Lebrija, donde recibirá el homenaje de su pueblo envuelto en la bandera gitana y la de Lebrija. A las seis de la tarde, el pleno del Ayuntamiento decretará tres días de luto. Su sepelio tendrá lugar mañana.
El artista ha fallecido esta madrugada en su domicilio de Sevilla a los 75 años.
La capilla ardiente se ha instalado en el Teatro Juan Bernabé de Lebrija

Juan Peña Fernández ha sido, es y será, un baluarte para la cultura flamenca. Como me a comentado un amigo mío flamenco de raíz también, Juan estaba por delante de su tiempo.

Había nació en Lebrija en 1941 dentro de una dinastía heredera de la mejor tradición gitana. Hijo de Bernardo, que fue tratante de ganado y empresario, y de María, La Perrata, también cantaora, de la familia de los Perrate de Utrera, Juan fue la figura que más destacó profesionalmente dentro de una saga de artistas en el que destaca su hermano Pedro, guitarrista y cantaor, y sus sobrinos, David Dorantes, pianista, y Pedro María, guitarrista.

Juan absorbe la cultura del cante y del toque en un entorno familiar donde estas artes eran parte de una forma de vida, un modo festivo de vivir en el que la fidelidad, el respeto y al amor por las formas heredadas se inculcaban de manera natural, como bien dejó descrito su hermano Pedro en su libro Los gitanos flamencos (Almuzara, 2013).

Pero Juan trasciende ese contexto preñado de artistas y recibe también la herencia cantaora de figuras como La Niña de los Peines y Antonio Mairena para empezar a destacar desde finales de los años sesenta. Era un tiempo de revalorización del arte flamenco y también de los festivales veraniegos, en los que Lebrijano se convertirá en figura principal.

Heredero de una tradición, pero también renovador, Juan respondía al perfil del artista precozmente dominador del canon que necesita buscarse en nuevas formas y formatos. Por eso, su carrera discográfica, después de unos discos en los que se atiene a la ortodoxia, se llenará de obras que marcan hitos en la historia del flamenco.

Es el caso de La palabra de Dios a un gitano (1972), grabado con el acompañamiento de orquesta sinfónica y de creaciones tan personales y de carácter conceptual como Persecución (1972), con textos del poeta Félix Grande y el maltrato al pueblo gitano como protagonista. Aquí, Juan incluso se atreve con un nuevo estilo, el de las galeras de ‘Mi condena’. Veinte años más tarde, otra obra fundamental, Tierra, dedicada al V Centenario del descubrimiento de América, con versos esta vez de José Manuel Caballero Bonald. Una suerte de trilogía de escritores se cerraría en 2008, momento en el que publica Cuando Lebrijano canta se moja el agua, sobre textos del escritor colombiano Gabriel García Márquez, que en una ocasión le había dedicado la frase que titula el disco. Una obra arriesgada, fiel a su condición artística, que le produjeron sus dos sobrinos, David Dorantes y Pedro María Peña.
Dentro de una obra discográfica que reúne una treintena de grabaciones, Juan lo mismo tuvo tiempo de presentar a su madre La Perrata en un hermoso disco (1971).
La inquietud de Juan Peña le llevaría a buscar nuevas zonas de riesgo y búsqueda, y fue a encontrarlas en su asociación con la música andalusí, que inauguró con la obra Encuentros (1985), registrado con la Orquesta Andalusí de Tánger y el guitarrista Paco Cepero. Fue una reunión que reeditaría en varias ocasiones más. Entre ellas, Casablanca (1998) y Entre dos orillas (2014), grabado en directo en el Teatro Central de Sevilla y prueba de que su inquietud artística se mantuvo siempre viva. De la misma forma, preparaba una antología con sus directos, una obra sobre el Holocausto…
El espacio artístico que Juan Peña se ganó con su carrera fue siempre parejo al respeto y al cariño personal del que gozaba. Más allá de los premios y distinciones (Medalla de Oro al Trabajo en 1997), el reconocimiento que le brindó la última Bienal de Flamenco de 2014 dedicándole la gala de clausura puede que supusiera el mejor de los regalos. En esa noche Juan recibió el cariño de la profesión y de los aficionados y cantó como figura principal de un espectáculo en el que se desarrolló una condensada historia de su carrera, una trayectoria artística tan brillante como fundamental para entender el flamenco del último cuarto del siglo XX y de parte de este.

Amigos, compañeros de profesión y diversas personalidades políticas han mostrado su pesar por su muerte y han expresado sus condolencias a la familia.




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